martes, 23 de abril de 2019

Pies para qué los quiero


Los días grises habían impregnado su vida de tal forma que la tristeza se había convertido en su sombra. Un marido al que amó, y quién sabe si aún amaba, que nunca había estado presente, para el que todo tenía mayor importancia que ella. Una hija que se había encargado de alejarse lo suficiente como para que las sombras grises no la asfixiasen. Una vida vacía de ilusión. Un vacío lleno de silencio.

Pero aquella tarde todo cambió. Había estado encerrada en su estudio pintando, intentando evadirse de todo, buscando motivos que no hallaba. Había empezado a hacer una serie de autorretratos, movida, indudablemente, por su pasión por Frida. Pero en este algo era muy diferente, de su espalda salían dos perfectas alas. Se miró en el espejo y vio que no era cosa del lienzo, que ahí estaban sus alas, radiantes, prometedoras, llenas de esperanza.

Nunca volvimos a saber de ella.

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